Quizá alguno de vosotros recuerde cuando los médicos fumaban en la consulta delante de sus pacientes, o incluso cuando como en el cartel publicitario adjunto eran parte del marketing utilizado por las compañías tabaqueras. ¿Pasará lo mismo dentro de unos años con las vacunas? Cuando recordemos que sólo 1 de cada 3 profesionales sanitarios se vacunaba en aquel inicio de siglo XXI. O cuando recordemos aquellos profesionales que siguen remando contracorriente en esta importante acción de prevención.
Entre las medidas que tratan de ayudar a reducir la incidencia de la gripe, este año nos encontramos algunas novedades en el mundo.
En la campaña de vacunación 2017-2018 contra la gripe, a los sanitarios que trabajen en el sistema de salud británico (NHS), según ha hecho publico el British Medical Journal, se les pedirá explicaciones a los profesionales que rechacen la vacunación antigripal y a los centros sanitarios que la faciliten y registren los motivos expuestos por quienes la rechacen.
Esta propuesta del NHS ha vuelto a poner sobre la mesa el debate de si los sanitarios deben estar obligados a vacunarse, algo que ya ha desatado las críticas de quienes defienden que se deben implementar las medidas higiénicas generales -lavado de manos, uso de mascarillas faciales en algunos entornos y limitación de las interacciones sociales de los enfermos- por encima de la vacunación.
En España, el propio Ministerio de Sanidad busca año tras año el modo de implicar a los profesionales sanitarios en la campaña de vacunación contra la gripe. En un informe hecho público en abril ya abría la puerta a un posible incentivo económico o similar para el personal sanitario que se vacunara. Según los datos de administración de la vacuna de la gripe estacional, España está «por debajo de lo deseable«.
Sanidad y las comunidades reconocen que entre los factores determinantes de las bajas coberturas de vacunación en los trabajadores sanitarios son la baja percepción del riesgo en aquellos que trabajan en contacto con los enfermos y su entorno, su escaso conocimiento en relación a los beneficios y la seguridad de la vacunación, la pobre organización de las políticas de vacunación de adultos y la falta de adopción de las medidas de prevención por la empresas.